Época: Castilla Baja Edad Media
Inicio: Año 1454
Fin: Año 1474

Antecedente:
Inestabilidad política y fortaleza económica
Siguientes:
El poderío real absoluto

(C) Julio Valdeón Baruque



Comentario

El reinado de Enrique IV presenta una imagen francamente negativa. Es posible que él fuera un hombre débil y enfermizo (un "displásico eunucoide", según la opinión de G. Marañón), pero no hay que olvidar las opiniones negativas de la mayoría de los cronistas que han escrito sobre dicho monarca. Por lo demás, su reinado coincide con unos tiempos difíciles, en los que reaparecen síntomas de la pasada crisis. Pero una cosa eran las luchas políticas del día a día y otra el panorama de fondo, en el que nos encontramos, a pesar de las apariencias, con un imparable fortalecimiento del poder regio.
Enrique IV (1454-1474) tuvo un comienzo de reinado francamente positivo. Aunque tenía un hombre de confianza reclutado en las filas de la alta nobleza, Juan Pacheco, marqués de Villena, buscó sus principales colaboradores entre los legistas y gentes de la baja nobleza. Al mismo tiempo decidió proteger la industria textil castellana, lo que se tradujo en la decisión tomada en las Cortes de Toledo de 1462 de reservar un tercio de la lana de sus reinos para la producción interna. En otro orden de cosas reanudó la guerra con los nazaríes, poniendo en práctica una guerra de desgaste. Todas esas medidas, no obstante, descontentaron a la alta nobleza. Mas el prestigio del monarca castellano era grande, como lo revela el hecho de que los catalanes insurrectos contra Juan II (el antiguo infante, rey de Aragón desde 1458) le ofrecieran el Principado en 1462. Enrique IV, que se mostró indeciso, renunció finalmente a esta oferta.

A partir de esos momentos se constituyó frente al monarca castellano una liga nobiliaria, dirigida por el arzobispo de Toledo, Alonso Carrillo, y a la que incluso se adhirió el antiguo favorito de Enrique IV, el poderoso marqués de Villena. Había, ciertamente, linajes de la alta nobleza que mantenían su fidelidad al rey de Castilla, como los Mendoza, pero eran los menos. Los rebeldes, en una ceremonia oprobiosa que tuvo lugar en las afueras de Avila en el año 1465, depusieron a Enrique IV, allí representado por un muñeco. Oigamos el testimonio del cronista Enríquez del Castillo: "... mandaron hacer un cadahalso fuera de la cibdad en un grand llano, y encima del cadahalso pusieron una estatua asentada en una silla, que descian representar la persona del Rey, la qual estaba cubierta de luto..."

Los nobles rebeldes leyeron una carta en la que acusaban a Enrique IV de cuatro cosas: "Que por la primera, merescia perder la dignidad Real; y entonces llegó Don Alonso Carrillo, Arzobispo de Toledo, é le quitó la corona de la cabeza. Por la segunda, que merescia perder la administracion de la justicia; así llegó Don Alvaro de Zúñiga, Conde de Plasencia, é le quitó el estoque que tenia delante. Por la tercera, que merescia perder la gobernacion del Reyno; é así llegó Don Rodrigo Pimentel, Conde de Benavente, é le quitó el bastón que tenia en la mano. Por la quarta, que merescia perder el trono é asentamiento de Rey; é así llegó Don Diego López de Zúñiga, é derribó la estatua de la silla en que estaba".

En su lugar proclamaron rey de Castilla al príncipe Alfonso, hermano del monarca depuesto. Al mismo tiempo se difundía el bulo de que la princesa Juana, heredera del trono, no era hija de Enrique IV, sino de su nuevo favorito, Beltrán de la Cueva. Pese a todo el rey pudo reaccionar. El apoyo de los concejos, organizados en una nueva Hermandad General, y de los nobles adictos, como los Mendoza, le permitió derrotar a la nobleza levantisca en Olmedo (1467), villa que volvía a ser escenario de una victoria monárquica. Pero el panorama aún quedó más clarificado al fallecer, al año siguiente, su hermano Alfonso.

No obstante, los últimos años del reinado de Enrique IV estuvieron dominados por el problema sucesorio. En 1468, mediante el pacto de los Toros de Guisando, el rey de Castilla reconocía a su hermana Isabel como heredera del trono, en perjuicio de los posibles derechos de su hija Juana. Pero el matrimonio de Isabel con el aragonés Fernando, también heredero del trono, celebrado en la villa de Valladolid en octubre del año 1469, disgustó profundamente a Enrique IV. Así las cosas, se entiende que el rey de Castilla decidiera, en 1470, romper lo pactado y proclamar heredera a su hija Juana. La liga nobiliaria que en el pasado había depuesto a Enrique IV, y que después de 1468 había procurado un acercamiento a la princesa Isabel, se puso ahora del lado del monarca castellano. En cualquier caso el panorama era sumamente confuso. Al morir Enrique IV, en el año 1474, Castilla se vio envuelta en una guerra sucesoria, entre Isabel y Fernando, por una parte, y los partidarios de Juana la Beltraneja, por otra.